El capitalismo se caracteriza por sus crisis cíclicas: crecimiento del PIB, recesión y vuelta a crecer.
Sin embargo, en la versión contemporánea del capitalismo se produce un fenómeno muy preocupante: las mal llamadas “recuperaciones” del crecimiento no vienen acompañadas de una recuperación de los niveles de empleo (jobless recovery).
Clayton Christensen, prestigioso catedrático de Administración de Empresas de la Escuela de Negocios Universidad de Harvard, nos explica por qué en este video (está en inglés pero es muy claro y didáctico). Yo os ofrezco, debajo del vídeo, un resumen del principal argumento de Christensen con una interpretación y conclusión propias.
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Las “inversiones empoderadoras” (en innovaciones que llevan a nuevos productos y a crecimiento), y las “inversiones sostenedoras”, las que simplemente mejoran los productos existentes y que también generan algo de empleo, están últimamente en retroceso en nuestra economía global.
¿Por qué?
El capital inversor en los últimos 10 años se está dirigiendo, salvo en unos pocos sectores, mayoritariamente a las innovaciones para la eficiencia. Estas “inversiones para la eficiencia” no crean nuevos productos ni los mejoran para el consumidor, sino que persiguen al abaratamiento de procesos y otros costes, lo cual conlleva una reducción del empleo.
Aunque estas “inversiones para la eficiencia” liberan capital que bien podría redirigirse a “inversiones empoderadoras”, esto no sucede así en la práctica hoy día. Ello se debe a otro fenómeno llamado la “financiarización” del capitalismo, es decir, la exigencia de que la obtención de rendimiento financiero seguro sea el principal criterio rector de toda la actividad empresarial en la producción de bienes y servicios.
Nos puede parecer lógico y obvio que la maximización del rendimiento sea importante, no lo dudo, pero no puede continuar siendo el principio máximo ordenador de la actividad empresarial. De hecho, las etapas de esplendor económico del Siglo XX se caracterizaron por “inversiones empoderadoras” e “inversiones sostenedoras”.
Entonces, ¿Cómo conseguir que las empresas cambien de forma de actuar?
¿Montamos cursillos de formación gratis para contables y directores de empresa? ¿Exigimos más regulaciones prohibiendo cosas? ¿Damos incentivos fiscales a las “inversiones empoderadoras”, lo cual tiene un coste para el contribuyente y supone una forma de subsidio? ¿Obligamos a las empresas a repartir el trabajo y que trabajemos menos por el mismo dinero?
Para llevar a cabo un intento mínimamente serio de controlar a las empresas sin coartar la libertad individual, que es sagrada, harían falta campañas educativas y de concienciación, toneladas de regulaciones, millones de funcionarios, billones de horas de reuniones para legislar y aplicar esa legislación, y es dudoso que funcionara. Como dicen en mi tierra, “mucho follón, pa ná”.
Entonces, amigo ¿Quién le pone el cascabel al gato?
Es imposible hacerlo. El capitalismo, que de joven fue rebelde, es un viejo ciego y sordo, pero muy listo y exigente. Por eso continúa perfeccionándose mientras camina victorioso hacia su propio desastre.
Realmente, la única forma de superar sin más dolor la crisis global del capitalismo es montar nuestras propias empresas, en forma de cooperativa o de propiedad común pública, y recuperar, sin acritud y de forma democrática, la soberanía sobre los bancos centrales, para así poder hacer las cosas como pensamos que se deben hacer, por el futuro de nuestras familias y el bien de nuestros pueblos. Pero de eso hablaremos otro día.