Adèu Cataluña, hola Catalunya

No estoy en contra del derecho de autodeterminación estatal de nadie. Es más, creo que la autodeterminación como forma de escapar de un régimen político intrínsecamente corrupto como el español y tantos otros, incluyendo el británico o el catalán, por ejemplo, es muy legítima. También acepto la autodeterminación estatal como forma de expresar la propia riqueza político-emocional y cultural, o de formular nuestras aspiraciones con la gente que nos rodea en nuestra propia comunidad o entorno. Yo mismo me autodetermino, culturalmente y políticamente, muy a menudo. El derecho internacional que contempla la autodeterminación estatal como fórmula descolonizadora o como remedio frente a la violación de derechos políticos y culturales es insuficiente para dar respuesta a los deseos legítimos y democráticos de la gente. El mundo ha cambiado.

En el caso que nos concierne, Cataluña, este tipo de análisis en abstracto me resulta personalmente más difícil. Para mí hay tanta cultura y vivencias comunes que comparto con muchos amigos y amigas catalanes, y seguro que con otros catalanes a los que no conozco, que me resulta extraño que de pronto dejemos de compartir nacionalidad o espacio político estatal. Y cuando “siento España”, uno de mis dos Países-Estado (el otro es Gran Bretaña), y pienso en sus problemas, sus culturas y sus gentes, siempre incluyó e incluiré a Cataluña en mi imaginario personal de lo que es España. Y siendo natural de Lorca (Murcia), me siento personalmente, por supuesto, mucho más catalán que griego o portugués. Soy libre de imaginarme lo que yo quiera ¿no? Al fin y al cabo las naciones son fundamentalmente fenómenos psico-sociales.

Me queda el consuelo de que este proceso de independencia ha conseguido que mucha gente se replantee el tema de las identidades nacionales y su necesaria pluralidad. Es imprescindible para el progreso humano que aceptemos que en un solo corazón caben muchas lealtades “nacionales”. El modelo de Estado-nación del Siglo XIX nos imponía una exclusividad unitaria inspirada en la religión monoteísta, en la monarquia absoluta, en el Romanticismo y en las creencias raciales: un solo pueblo, un solo Dios, un solo rey, una sola nación. ¿Por qué no se pueden tener varias patrias nacionales a la vez? En nuestro modelo de relaciones familiares tenemos lealtades emocionales muy intensas, incondicionales y múltiples (padres, madres, hijos, hermanos…), lo cual es mucho más natural, civilizado y práctico. La exclusividad es casi siempre perniciosa.

El tema de la posible independencia de Cataluña es también para mí muy revelador de lo que somos “nacionalmente”, tanto los españoles como los catalanes, por otras razones:

Sin quitarle mérito a los que han promovido con éxito la causa independentista y a quienes han promovido la nacionalidad catalana desde la segunda mitad del Siglo XIX, no me cabe duda de que el independentismo ha conseguido movilizar una masa mayoritaria gracias a las torpezas de sus esperpénticos rivales. Enumeremos algunas:

-El clamoroso fracaso moral, cultural, constitucional, económico y operacional del Partido Popular, liderado antes por un ignorante fanfarrón y ahora por una reencarnación híbrida de Carlos II hinchado a esteroides y Franco con barba. El rechazo del Estatut de Catalunya es probablemente su metedura de pata más decisiva, pero no se puede negar que la incompetencia demostrada por el PP ha sido continuada y profunda.

-La mediocridad política de la otra máquina de poder corrupto (¡Ay, Andalucía!), el PSOE, vendida también al neoliberalismo;

-La bilis premeditada de demagogos como Federico Jiménez Losantos, que a pesar de su pátina liberal alimenta el españolismo más zafio y chulesco;

Todas estas disfuncionalidades españolas, y otras, ha sido usadas en la propaganda independentista de forma muy eficaz en la reedición de un imaginario de “lo español” que no hace justicia de una gran mayoría de españoles y que es tristemente dañino. La interpretación torcida del tema de las balanzas fiscales también ha contribuido mucho a potenciar ese imaginario popular del español rudo, pobre, vago y mantenido.

Esto no quiere decir que el futuro Estado-nación catalán tenga una legitimidad de origen peor que la de Francia o España o los Estados Unidos. Muchos Estados-nación que se me vienen a la cabeza han sido forjados territorialmente con una combinación de violencia y manipulación política, educativa, empresarial y cultural, por una parte, y de procesos de socialización más “limpios” y orgánicos, liderados a veces por verdaderos héroes, por otra. Hoy en día eso de los cañonazos en Europa, afortunadamente, está muy mal visto. Pero la propaganda engañosa sigue operando en muchos nacionalismos, incluyendo el catalán. Hacer pasar a un grupo de gente muy variado, en la era de la comunicación y la libertad de expresión, por un mismo aro nacional es algo más que una obra de ingeniería política, aunque se comparta una lengua y un sentir común como en Cataluña.

Tengo mis dudas serias de que “esta independencia” vaya a ser buena para los catalanes de a pie. Si pienso en los compañeros de viaje del independentismo, Artur Mas y sus secuaces, no me puedo imaginar un nuevo Estado-nación catalán al servicio del pueblo. No es, ni puede ser, un proyecto de soberanía real. Las élites catalanas y las españolas son una misma cosa. Estamos hablando de criminales financieros y fiscales, como Pujol o Rato, y de sus encubridores. En este sentido solo las CUP y Catalunya Sí Que Es Pot, (aunque yo

pueda discrepar en el tema de la independencia) me parecen opciones honestas que inspiran confianza. La alianza ERC-CDC le ha dado la puntilla a Cataluña.

Los retos políticos, económicos y culturales a los que nos enfrentamos en Europa, se resuelven mejor con Estados fuertes (no necesariamente centralizados) que puedan reivindicar con nosotros, con la gente, nuestra soberanía popular. Estos Estados fuertes son los únicos que tienen las herramientas y la envergadura necesarias para plantar cara a los poderes fácticos de forma efectiva. Ante la creciente pujanza de las organizaciones del capital y de los Estados-nación a su servicio, la opción de ocupar democráticamente esos espacios del Estado es la más clara. Es el único resquicio por donde penetrar.

Es cierto que el estatismo no es la panacea y que entraña sus peligros. Hay mucho trabajo que hacer en la democracia de base, la inteligencia colectiva y en la soberanía comunitaria. Pero ese cambio social orgánico necesita procesos sustentados en cambios culturales y políticos paralelos que van, naturalmente, más despacio. Ahora nos urge tomar el Estado. Y si Cataluña se separa, será mucho más difícil tanto para los españoles como para los catalanes alcanzar algún tipo de soberanía económica, social, educativa y política real, porque separados somos más débiles. Mientras nosotros agarramos banderas, ellos se frotan las manos.

¡Salut!

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