Day 2 in the Brexit House. Los medios y los televidentes hemos disfrutado de lo lindo. Seguro que los políticos no tanto.
Boris Johnson, alcalde conservador de Londres, se ha convertido en todo un símbolo del brexismo. La naturalidad exultante de sus ademanes de niño rico travieso que se ha comido la caja de bombones a veces juega a su favor, a veces en su contra. Hoy las cámaras de todos los telediarios le han encontrado a Boris su lado rebelde: A la entrada de Westminster, los periodistas le atosigaban mientras él respondía con chascarrillos. Con su anorak, su bici, su mochila y su gorro del Metro de Londres, Boris se perfilaba tras las lentes mojadas de las cámaras que lo perseguían como un personaje atormentado. Sus tribulaciones: haber roto aún más su partido, enfrentarse a su amigo de la juventud David Cameron, ser acusado de egocéntrico que usa su postura poppulista para promoverse como sucesor de Cameron y haber contribuido al batacazo de la libra esterlina, que hoy alcanzó su mínimo de los últimos 7 años frente al dólar.
Ya los asientos del Parlamento, desde un rincón del gallinero, rodeado de caras expectantes, lanzó su única pregunta al Primer Ministro, su amigo David Cameron, sobre la soberanía británica.
En los labios del adolescente enfadado Boris se leyó muy claramente la palabra “rubbish” (basura) tras escuchar la respuesta.
David Cameron ha sido la antítesis de Boris Johnson: nítido, bien peinado, elocuente, preparado para esta gran ocasión de Estado y hasta sarcástico, en su justa medida. Normalmente gris y sin filo, el Primer Ministro se crece ante la dificultad y puede brillar en su oratoria cuando realmente hace falta.
También ha estado muy bien el líder de la Oposición, el laborista Jeremy Corbyn, que ha recordado que lo importante de Europa no es el acuerdo alcanzado por David Cameron, sino su potencial como espacio de cooperación y comercio. Ha reconocido la necesidad de mejorar la Unión, para que este al servicio de la gente. A pesar de la grosería de un diputado conservador que lo ha interrumpido, Corbyn ha estado a la altura de Cameron y ha demostrado sentido de Estado sin abandonar sus principios socialistas. Todo un ejemplo en Europa.
Por último, la entrevista del genial Jon Snow, de Channel 4, en las afueras del Parlamento, a la Secretaria de Estado de Empresas, Anna Soubry, y a Nigel Farage, el polémico líder del partido brexista y anti-inmigración UKIP. Un cínico desaprensivo disfrazado de tío majo. Se me antojaba un duelo entre iguales, pero Soubry le ha dado un repaso bastante completo a Nigel Farage, cuyo machismo simpaticón de terciopelo no le funciona con mujeres hábiles. Soubry, con una astucia cautivadora, ha sabido plantear muy bien la entrevista y ha dejado a Farage sin argumentos, hasta el punto de forzarlo a decir que ni siquiera quería para Gran Bretaña un estatus de Estado asociado con la UE como el que tienen Noruega y Suiza, que forman parte del Área Económica Europea. “Entonces ¿con quién estaremos aliados en Europa?”, preguntaba la Secretaria de Estado. “Con nadie. Nosotros solos. Independientes”, respondía Farage humillado. La mirada de Soubry merecería un párrafo aparte.
Y es que la principal baza de los Unionistas, o “Remainers” (de “remain”, quedarse), es que la salida abriría un periodo de dos años de gran incertidumbre tras el cual se consumaría la separación y que nadie en absoluto puede predecir con un mínimo de rigor lo que sucedería con las exportaciones británicas, con la copiosa inversión exterior que recibe y en general con su situación geopolítica. Es muy triste que se tenga que polarizar la campaña entre los dos bandos conservadores: el de los nacionalistas románticos desinformados, que se creen que Gran Bretaña es la Hija de la Polla Roja y que serán de nuevo un imperio, como dice la canción de los Nikkis, y los pragmáticos civilizados que apelan a la incertidumbre económica para que nada, o muy poco, cambie en política. Hace falta ilusión por Europa, por una nueva Europa.
En fin, afortunadamente no es Brexit todo lo que reluce, más bien al contrario.